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La mente de un científico, el alma de un apóstol de Dios 

Al momento de su fallecimiento, El élder Richard G. Scott se encontraba en su hogar en Salt Lake City en compañía de sus familiares.

El élder Richard G. Scott nunca se conformó con mirar la luz eléctrica que emanaba de una lámpara, oír el rugido del motor de un auto, ni sentir las curvas de un jarrón decorado; quería saber cómo se habían creado y el mecanismo de cada una de sus partes  Aun desde niño manejaba las herramientas eléctricas y, con el estímulo de sus padres, aprendió a desarmar cosas, ver cómo funcionaban, arreglarlas y volverlas a armar. El élder Scott recordó: “Me acuerdo una vez que colocamos una válvula de escape en el auto y le pusimos el silbato de un vagón de cola de un tren de carga, así que, de vez en cuando se escuchaba un lindo silbido estridente que salía del auto”.

No es una sorpresa que el élder Scott llegase a ser un hombre de ciencia, distinguiéndose en el campo de la física nuclear. Sin embargo, era más conocido por ser un apóstol moderno de Dios, uno que aprendió a comprender las manifestaciones del Espíritu aún más que los mecanismos de las máquinas más complejas. Para él no había conflicto entre la religión y la ciencia, sino una armonía perfecta que fortaleció aun más su testimonio de la existencia de un Ser Supremo. “La ciencia es totalmente compatible con las enseñanzas de por qué estamos aquí; y aunque hay algunas cosas que no entiendo completamente, sé que las comprenderé… Me maravilla el hecho de cómo el método científico nos ha permitido comprender muchas cosas acerca del universo de nuestro Padre Celestial, de Su obra y de Su pueblo, que se complementan con los principios religiosos”.

El élder Scott nació el 7 de noviembre de 1928 en Pocatello, Idaho, EE. UU., hijo de Kenneth Leroy Scott y Mary Whittle Scott. El élder Scott describió a su padre como “una torre de integridad” y a su madre, como una “amiga íntima”. Su casa era el hogar donde los amigos del vecindario encontraban un sentido de pertenencia y a menudo se reunían para fiestas o para ver a su padre, quien permanecía “al tanto de la nueva tecnología”, demostrar cómo funcionaba el dispositivo innovador más reciente.

A pesar de que sus padres le enseñaron principios y valores correctos, el élder Scott no asistió a la Iglesia con regularidad cuando era niño. “Aunque no había influencias en el hogar adversas a ser miembros de la Iglesia ni al progreso”, él dijo: “no fue una prioridad hasta más adelante cuando tanto mamá como papá llegaron a ser muy activos”.

A medida que Richard iba creciendo, también crecía su curiosidad, y comenzó a tener sentimientos fuertes de que algo faltaba en su vida. A pesar de todo lo que había aprendido acerca de cómo funcionaba el mundo a su alrededor, supo que tenía que haber algo más. Encontró ese “algo más” cuando era adolescente, mientras trabajaba para el Servicio Forestal de Idaho cortando árboles enfermos en el Bosque Nacional Caribou. Allí conoció a un grupo de jóvenes que eran miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días y volvió a descubrir la religión de su familia. Los líderes locales del sacerdocio hicieron los arreglos para que el élder Scott fuese ordenado presbítero, y un poco después ese año visitó el Templo de Idaho Falls que acababan de terminar, donde tuvo una profunda experiencia religiosa. “Creo que una de las experiencias espirituales más fuertes que tuve en esa época de mi vida fue cuando fui al templo. Recuerdo muy claramente que sentí un espíritu especial dentro de ese templo”.

El élder Scott continuó estudiando el Evangelio de forma personal mientras cursaba sus estudios universitarios y se graduó de la Universidad George Washington con un título en Ingeniería Mecánica. Fue allí donde conoció a Jeanene Watkins, una estudiante de baile moderno de quien el élder Scott dijo: “me cautivó desde el primer momento en que la vi”. Él había planeado casarse y seguir una carrera, pero Jeanene lo alentó a servir en una misión de la Iglesia. “Esa decisión cambió mi vida por completo y estableció los cimientos… para que, juntos, tuviéramos una experiencia maravillosa en la vida”.

La misión del élder Scott en Uruguay llegó a ser el siguiente curso en su estudio de las manifestaciones del Espíritu. “Cuando entré en el campo misional”, dijo, “pensé que tenía un testimonio; pero pronto me di cuenta de que era apenas un esqueleto débil”. Su testimonio aumentó cuando le pidió al Señor que lo ayudara “a ser un instrumento para ayudar a otras personas. Cuando oraba por otras personas y para saber las cosas que ellos necesitaban, entonces recibía impresiones para hacer cambios en mi propia vida o incorporar algo a ella. Es más fácil, creo yo, recibir inspiración o saber qué hacer por otra persona que por uno mismo, y con esa inspiración siempre vienen sugerencias para nuestro propio crecimiento”.

Aunque se le había dicho que servir en una misión sería perjudicial para su carrera, después de su misión, el Almirante Hyman G. Rickover escogió al élder Scott de entre un grupo grande de candidatos y lo contrató para trabajar en el diseño del reactor nuclear Nautilus, el primer submarino nuclear.

A pesar de que el élder Scott viajaba mucho por razones de trabajo y no estaba en casa, la relación con su esposa e hijos se mantuvo fuerte por medio de llamadas telefónicas todas las noches. El matrimonio Scott se apoyó en esa relación para acercarse más el uno al otro y al Padre Celestial cuando dos de sus hijos fallecieron: una hija antes de nacer y, seis semanas después, un hijo que tenía dos años, cuando lo operaron del corazón. Pero el élder Scott dijo que algunos de sus recuerdos familiares más tiernos surgieron de la adopción de cuatro hijos adicionales como resultado de esa difícil prueba.

“La verdad es”, dijo el élder Scott, “que cuando las personas hacen sacrificios para criar a sus hijos, cuando trabajan juntas para edificar un hogar, el gozo perdurable es mucho más profundo y hermoso que cualquiera de las cosas temporales por las que la gente renuncia a tener una familia”.

El élder D. Todd Christofferson, miembro del Quórum de los Doce Apóstoles, quien cuando era joven prestó servicio como misionero bajo la dirección de Richard G. Scott, dijo: “No puedo imaginar que nadie trate mejor a su esposa de lo que el élder Scott trató a Jeanene. Para mí, fue, y todavía es, la manera ideal. Creo que su amor por ella es legendario; así como el de ella por él, durante el tiempo de su vida juntos. Siempre estaba dispuesto a sacrificarse por la felicidad de ella, y era muy obvio para mí que su felicidad dependía de que ella fuese feliz”.

Después de años de prestar servicio en la Iglesia, lo cual incluyó servir como presidente de misión, como miembro del Primer Quórum de los Setenta y como miembro de la Presidencia de los Setenta, el élder Scott fue sostenido como miembro del Quórum de los Doce Apóstoles, el 1 de octubre de 1988. En calidad de apóstol, ayudó a administrar una Iglesia mundial de más de quince millones de miembros cuya organización es una restauración de la Iglesia antigua de Cristo. Poco después de su llamamiento, el élder Scott, el científico de voz apacible, con humildad habló a los miembros de la Iglesia de su nueva responsabilidad de toda la vida: “Es de entender que cuando una persona ha recibido un llamamiento y se ha depositado en ella una responsabilidad que cambiará para siempre y por completo el curso de su vida, su sensibilidad se agudice y las emociones estén a flor de piel. Al esforzarme por comenzar a comprender esta asignación sagrada que he recibido y todo lo que ello implica, he dedicado mucho tiempo a derramar los sentimientos de mi corazón a nuestro amado Padre Celestial. Le he rogado que me guíe y me fortalezca a fin de poder servirle a Él y a Su Amado Hijo, de la mejor manera posible”.

El élder Scott dedicó su vida a la búsqueda de la verdad. Él tenía la mente de un científico, pero el alma de un apóstol de Dios. Dio testimonio de que mientras las verdades científicas son relativas, las verdades de Dios son absolutas y, en definitiva, darán regocijo a las personas que las sigan. “Creo que [con] una vida centrada en la verdad, al tener valores y mantenerlos, al reconocer que no estamos para nada solos, podemos recibir la guía del Señor mediante el Espíritu Santo. Esa es la base de la felicidad”.

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